miércoles, 9 de marzo de 2011

REFLEXIÓN 1: la "cuestión social" del planeta.

Del trabajo del obrero nace
la grandeza de las naciones (León XIII).

El año 2010, de múltiples formas, ha estado dedicado a escudriñar el escenario social que se ha instalado en nuestro mundo. El 2010 ha sido el Año de la pobreza y la exclusión social; conmemoró el vigésimo aniversario del Informe sobre Desarrollo Humano; celebró la Conferencia Conjunta Mundial sobre Trabajo Social y Desarrollo Humano… Seguro que si nos detenemos en los distintos focos mundiales dedicados al desarrollo encontraremos un sinnúmero de actividades que no hemos alcanzado a distinguir con nuestros diminutos lentes. ¿A dónde nos conduce toda esta toma de conciencia y los intentos de nuevas conceptualizaciones? ¿Qué ignorados contextos nos esperan? Me vienen a la mente, así sin más, el valor homeostático de las nociones asimilación y acomodación inaugurados por Piaget en evolutiva. En un mundo tan complejo y diverso, ¿Conseguiremos el desarrollo de un ‘ecosistema’ equitativo…, algo así como una justicia distributiva?
¿Qué sociedad es más rica –y no necesariamente en lo material–, más fuerte y equilibrada? La respuesta parece evidente: una sociedad altamente cohesionada. En otras palabras, aquella población que exhibe una importante capacidad para existir como conjunto vinculado por relaciones de interdependencia. Qué acertado Marx al definir por primera vez las relaciones de producción. Es innegable el énfasis que nuestras sociedades han puesto en lo material, por tanto, son dichas relaciones entre las fuerzas productivas las que están condicionando todo lo social. Esto no sería ningún inconveniente si nuestras sociedades de libre mercado no hubieran puesto precio a todo, incluso a los sentimientos. La norma bárbara: ‘tanto tienes tanto vales, asique consíguelo al precio que sea’ ha acrecentado el individualismo y el desprecio entre los integrantes de una sociedad que premia al que es capaz de engañar mejor y a más gente (¿de qué me suenan Afinsa y Forum filatélico o Madoff Securities?). Así las cosas, la única forma de conseguir una sociedad cohesionada es intentar que todos tengamos algo que al otro le falta. Parece un razonamiento simplón –y quizá lo sea–, pero elevado al valor exponencial que hace falta ahora que somos una sociedad red resulta francamente enmarañado y arduo.
Si me preguntaran por las señas de identidad de la sociedad actual tendría que partir por enumerar todas aquellas convulsas cuestiones que me revuelven el estómago cada vez que veo el telediario, mientras almuerzo. Partamos por lo más cercano: manifestaciones en los países europeos por la disconformidad social y económica, (¡qué digo!, si ayer se mostraban las protestas sindicales en Wisconsin… ¿¡Gente que sale a la calle en el país del tío Sam!?); crisis de los regímenes políticos en el mundo islámico (¿Internet es el nuevo recurso panfletario de las ideas de la Revolución francesa?); los eternos desplazados africanos por guerras y conflictos inacabables, (¿les conviene más a los poderosos de occidente mantener el statu quo?); la violencia desatada por mafias –tráfico de drogas, armas, órganos…­– de las megaurbes, principalmente latinoamericanas. ¿Y a la hora de andar por casa? Las manifestaciones de violencia de género, corrupción política, incremento del paro, por nombrar las más evidentes, no cesan.
Durante el siglo XX, los estados europeos respondieron a las dificultades sociales con el Estado de Bienestar. La revolución industrial y el inicio del  gran desarrollo del mundo moderno dejaron un importante número de víctimas. A partir de la toma de conciencia de las condiciones de vida de dichos damnificados surge la preocupación social: beneficencia y asistencia social. Consecutivamente, la clase dirigente ha tenido que ir adaptando los viejos métodos de gestión social para responder a nacientes retos de sociedades que, cada vez, son más conscientes de sus derechos (parece que el conocimiento nos ha ido haciendo más libres). La más reciente visión del Estado de Bienestar más como programas antipobreza que como planes de caridad han conseguido mejorar la calidad de vida de muchas personas en el mundo desarrollado. Aún queda mucho por hacer en el resto del planeta.
En el artículo 5 del Informe de Desarrollo Humano de 2010 éste se define como “la expansión de las libertades reales de la gente para intentar llevar una vida significativa, con motivos para ser valorada.”. ¿Hasta qué punto las actuales condiciones económicas mundiales nos permiten ejercer dichas libertades? Lo que sí observamos como altamente positivo es el ajuste, cada vez mayor, que ha alcanzado el Índice de Desarrollo Humano (bienes materiales, educación y salud). Aunque los progresos más considerables se han llevado a cabo en un plano epistemológico, detallando con mayor precisión las dimensiones que dan cuenta de éste, no es menos cierto que conocer en sus pormenores el fenómeno puede ayudarnos a tomar decisiones y a emprender acciones. Abunda la teoría y la documentación y falta decisión y compromiso, pero cualquier paso, por ínfimo que sea, permite avanzar. En este sentido, no podemos quejarnos del puesto 13 que ocupa España, aunque la meta sea siempre aspirar a más.
Resulta difícil reflexionar sobre la “cuestión social” en los espacios tan dispares en los que se ha fragmentado el mundo sociocultural de nuestro planeta (oriente y occidente; primer mundo y tercer mundo; desarrollo y subdesarrollo… Incluyendo entre ambos términos todos los matices posibles). Mientras unos luchan por su sostén diario o por mantener la vida un día más; otros, pensamos en viajes más económicos, atractivos y educativos para la gente mayor. Es casi imposible poner de acuerdo a los poderes económicos y políticos mundiales para mejorar la realidad social de millones de hombres, mujeres y niños/as; sin embargo, no les cuesta tanto tomar decisiones de protección económica a los grandes grupos bancarios y empresariales caídos por una mala gestión monetaria… Y a costa del contribuyente.

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