miércoles, 9 de marzo de 2011

REFLEXIÓN 2: Derechos Humanos Derechos Sociales y Estado de Bienestar.

Habría que añadir dos derechos a la lista de derechos del hombre: El derecho al desorden y el derecho a marcharse. (Baudelaire)

Es en la dignidad del Hombre donde anidan los derechos del ser humano, allí encuentran su razón ontológica. De ahí que sean indivisibles y que hagamos lo dable porque no sean conculcados. En ellos se sostiene nuestra integridad. Cualquiera sea el motivo por el que un derecho se vea limitado: vida, salud, educación, libertad personal, libertad de expresión…; y sin tener en cuenta el orden de importancia, la persona verá menoscabada su dignidad.
Los Estados deberían implicarse en un mismo nivel de compromiso tanto en la aceptación y defensa, como en el respeto y cumplimiento de todos los derechos humanos, sean civiles, económicos, políticos, sociales y/o culturales. Sin embargo, la realidad a veces hacer gala de un rostro muy diferente y la protección de estos derechos se ve contravenida por el inescrupuloso poder… poder que conduce al sometimiento por causas de sexo, etnia, clase social o procedencia. Hay acontecimientos que nos llevan a preguntarnos y a cuestionar muchos de los derechos que no trascienden a los documentos, al puro papel. Aquella corriente que pretendía establecer un robusto sistema de derechos reconocidos internacionalmente, se ha deformado ostensiblemente.
A nuestro modo de ver, en la actualidad asistimos a una desorientación ideológica, moral y ética desencadenada por la confusión entre lo que constituye un ejercicio individual y aquello que  conforma un ejercicio colectivo de los Derechos Humanos (DH). Una de las primeras tareas que tenemos quienes formamos parte de un grupo humano es reconocer la necesidad de una comprensiva dialéctica entre DH privados, desarrollados bajo la protección de poderes públicos, y DH que exigen un proceso social y comunitario, por ende, de vocación universal. ¿Somos capaces la mayoría de nosotros de reconocer como un DH el derecho a la Seguridad Social, el derecho a la satisfacción de necesidades económicas, sociales y culturales? Aunque todos ellos sean indispensables  para la dignidad y el libre desarrollo de la personalidad de cada individuo, no nos parece una cuestión fundamental. En este tintero se nos quedan los derechos sociales que el Estado de Bienestar debería garantizarnos, por nombrar algunos: derecho al seguro de desempleo, seguro de enfermedad, seguro de viudedad… Más aún, muchos de estos derechos quedan cuestionados en la gestión ya sea pública o privada. Se trata de contenidos estratégicos para el desarrollo humano que llegan a pervertirse en una reducción simplista, desvinculándolos de la responsabilidad del Estado.
Con lo anterior, alguien podría ser contestatario y traer a colación los derechos fundamentales, de valor universal, que no consiguen estar mínimamente garantizados en muchos lugares del planeta. El tema es complejo: ‘dime qué derecho quieres defender y te diré de dónde vienes’. Es verdaderamente una tragedia griega, ¿qué defendemos primero, lo nuestro o lo de más allá? Ambas cosas al unísono, aunque sea más desgastante.
Si continuamos hablando de los regímenes democráticos en donde se han desarrollado cumplidamente los modelos de la Seguridad Social, debemos ponderar el requerimiento de una mayor financiación dada la evolución demográfica, el alargamiento de la esperanza de vida y los cambios producidos en la concepción de la familia. Todo ello va a exigir una reorganización de las bases consideradas en el momento de su fundación.
Por otro lado, dentro de esta tarea de resguardar los derechos de las personas, el papel del Estado de Bienestar puede confundirse con acciones intervencionistas o meramente burocráticas. Lo cual también reclama una redefinición de la noción de bienestar social. Es preponderante alcanzar acciones más flexibles y adaptadas; sin caer en el derroche y, a la vez, más vinculadas a la participación social. ¿Necesitamos hoy un Estado de Bienestar socialdemócrata que funcione como un seguro colectivo, afianzado en una estricta idea contributiva? ¿La respuesta a estos aún ‘emergentes’ Derechos Humanos es tender a generar de forma simétrica políticas sociales compensatorias y distributivas?
En nosotros y en nuestra capacidad colaborativa/participativa como ciudadanos de acción está dar respuesta a estas cuestiones.

REFLEXIÓN 1: la "cuestión social" del planeta.

Del trabajo del obrero nace
la grandeza de las naciones (León XIII).

El año 2010, de múltiples formas, ha estado dedicado a escudriñar el escenario social que se ha instalado en nuestro mundo. El 2010 ha sido el Año de la pobreza y la exclusión social; conmemoró el vigésimo aniversario del Informe sobre Desarrollo Humano; celebró la Conferencia Conjunta Mundial sobre Trabajo Social y Desarrollo Humano… Seguro que si nos detenemos en los distintos focos mundiales dedicados al desarrollo encontraremos un sinnúmero de actividades que no hemos alcanzado a distinguir con nuestros diminutos lentes. ¿A dónde nos conduce toda esta toma de conciencia y los intentos de nuevas conceptualizaciones? ¿Qué ignorados contextos nos esperan? Me vienen a la mente, así sin más, el valor homeostático de las nociones asimilación y acomodación inaugurados por Piaget en evolutiva. En un mundo tan complejo y diverso, ¿Conseguiremos el desarrollo de un ‘ecosistema’ equitativo…, algo así como una justicia distributiva?
¿Qué sociedad es más rica –y no necesariamente en lo material–, más fuerte y equilibrada? La respuesta parece evidente: una sociedad altamente cohesionada. En otras palabras, aquella población que exhibe una importante capacidad para existir como conjunto vinculado por relaciones de interdependencia. Qué acertado Marx al definir por primera vez las relaciones de producción. Es innegable el énfasis que nuestras sociedades han puesto en lo material, por tanto, son dichas relaciones entre las fuerzas productivas las que están condicionando todo lo social. Esto no sería ningún inconveniente si nuestras sociedades de libre mercado no hubieran puesto precio a todo, incluso a los sentimientos. La norma bárbara: ‘tanto tienes tanto vales, asique consíguelo al precio que sea’ ha acrecentado el individualismo y el desprecio entre los integrantes de una sociedad que premia al que es capaz de engañar mejor y a más gente (¿de qué me suenan Afinsa y Forum filatélico o Madoff Securities?). Así las cosas, la única forma de conseguir una sociedad cohesionada es intentar que todos tengamos algo que al otro le falta. Parece un razonamiento simplón –y quizá lo sea–, pero elevado al valor exponencial que hace falta ahora que somos una sociedad red resulta francamente enmarañado y arduo.
Si me preguntaran por las señas de identidad de la sociedad actual tendría que partir por enumerar todas aquellas convulsas cuestiones que me revuelven el estómago cada vez que veo el telediario, mientras almuerzo. Partamos por lo más cercano: manifestaciones en los países europeos por la disconformidad social y económica, (¡qué digo!, si ayer se mostraban las protestas sindicales en Wisconsin… ¿¡Gente que sale a la calle en el país del tío Sam!?); crisis de los regímenes políticos en el mundo islámico (¿Internet es el nuevo recurso panfletario de las ideas de la Revolución francesa?); los eternos desplazados africanos por guerras y conflictos inacabables, (¿les conviene más a los poderosos de occidente mantener el statu quo?); la violencia desatada por mafias –tráfico de drogas, armas, órganos…­– de las megaurbes, principalmente latinoamericanas. ¿Y a la hora de andar por casa? Las manifestaciones de violencia de género, corrupción política, incremento del paro, por nombrar las más evidentes, no cesan.
Durante el siglo XX, los estados europeos respondieron a las dificultades sociales con el Estado de Bienestar. La revolución industrial y el inicio del  gran desarrollo del mundo moderno dejaron un importante número de víctimas. A partir de la toma de conciencia de las condiciones de vida de dichos damnificados surge la preocupación social: beneficencia y asistencia social. Consecutivamente, la clase dirigente ha tenido que ir adaptando los viejos métodos de gestión social para responder a nacientes retos de sociedades que, cada vez, son más conscientes de sus derechos (parece que el conocimiento nos ha ido haciendo más libres). La más reciente visión del Estado de Bienestar más como programas antipobreza que como planes de caridad han conseguido mejorar la calidad de vida de muchas personas en el mundo desarrollado. Aún queda mucho por hacer en el resto del planeta.
En el artículo 5 del Informe de Desarrollo Humano de 2010 éste se define como “la expansión de las libertades reales de la gente para intentar llevar una vida significativa, con motivos para ser valorada.”. ¿Hasta qué punto las actuales condiciones económicas mundiales nos permiten ejercer dichas libertades? Lo que sí observamos como altamente positivo es el ajuste, cada vez mayor, que ha alcanzado el Índice de Desarrollo Humano (bienes materiales, educación y salud). Aunque los progresos más considerables se han llevado a cabo en un plano epistemológico, detallando con mayor precisión las dimensiones que dan cuenta de éste, no es menos cierto que conocer en sus pormenores el fenómeno puede ayudarnos a tomar decisiones y a emprender acciones. Abunda la teoría y la documentación y falta decisión y compromiso, pero cualquier paso, por ínfimo que sea, permite avanzar. En este sentido, no podemos quejarnos del puesto 13 que ocupa España, aunque la meta sea siempre aspirar a más.
Resulta difícil reflexionar sobre la “cuestión social” en los espacios tan dispares en los que se ha fragmentado el mundo sociocultural de nuestro planeta (oriente y occidente; primer mundo y tercer mundo; desarrollo y subdesarrollo… Incluyendo entre ambos términos todos los matices posibles). Mientras unos luchan por su sostén diario o por mantener la vida un día más; otros, pensamos en viajes más económicos, atractivos y educativos para la gente mayor. Es casi imposible poner de acuerdo a los poderes económicos y políticos mundiales para mejorar la realidad social de millones de hombres, mujeres y niños/as; sin embargo, no les cuesta tanto tomar decisiones de protección económica a los grandes grupos bancarios y empresariales caídos por una mala gestión monetaria… Y a costa del contribuyente.

PRIMERAS CUESTIONES...

¿Cómo resolver la cuestión de la vida que el ser humano debe llevar a cabo? Quizá hace falta que retornemos a los orígenes del pensamiento occidental o, por  lo menos, hurguemos en las nociones de uno de los grandes filósofos.
Platón se refiere a la constitución del alma para desentrañar la esencia del ser humano. El alma estaría dividida en tres partes: la parte racional, la parte irascible y la parte concupiscible. Dicho de otra manera, las virtudes propias para cada una de tales partes, respectivamente, serían: templanza, valentía y prudencia. Todas ellas asentadas en la justicia; y ésta basada en la idea del bien o armonía del mundo. La justicia sería el principio mismo, virtud única de donde brotan las tres anteriores. La justicia sería una convención del alma y no una virtud.
Cuando las virtudes no son tomadas en cuenta emergen los vicios. Cierto que él congraciaba a cada virtud con una clase social, pero no olvidemos que su interés radicaba en la armonía y no en la prescindencia de alguna de ellas. Y, fundamentalmente, no debemos dejar de lado el deber del Estado y sus gobernantes coligados a la templanza (parte racional).
Por tanto, la justicia se manifestaba en la relación equitativa entre las partes. En el pensamiento de Platón trasciende una idea de equidad y sentido moral, por tanto, un sentido de justicia social (reparadora y distributiva).
Ahí es donde queremos llegar… No sé si hemos ido muy rápido o hemos dado muchas curvas.
Estas nociones gnoseológicas (¿o debo decir ontológicas?) nos arrastran a defender la necesidad de una justicia reparadora y distributiva, racional y razonable. A eso, en manos evidentemente del Estado, ¿podemos llamarle Servicios Sociales?